Un adorador después de haber ministrado en el altar durante un servicio, y haber hecho una excelente presentación musical e impecable manejo de las canciones, estando muy consciente de la admiración que había generado en su congregación con su inigualable talento y virtuosismo, le pregunto en una corta pero presuntuosa oración a Dios.
¿Cómo viste la alabanza que realicé para ti hoy?
En ese momento el Espíritu Santo de Dios habló a su corazón diciéndole:
Estuviste brillante, y no es un halago.