Antes de discutir con alguien, pregúntate, ¿es esa persona lo suficientemente madura mentalmente como para entender el concepto de una perspectiva diferente? Porque si no, no tiene sentido.
No todos los argumentos valen tu energía. A veces, no importa lo claramente que te expreses, la otra persona no está escuchando para entender—están escuchando para reaccionar. Están atrapados en su propia perspectiva, no están dispuestos a considerar otro punto de vista, y comprometerse con ellos solo te agota.
Hay una diferencia entre una discusión saludable y un debate sin sentido. Una conversación con alguien que es de mente abierta, que valora el crecimiento y la comprensión, puede ser esclarecedora, incluso si no estás de acuerdo. ¿Pero tratando de razonar con alguien que se niega a ver más allá de sus propias creencias? Eso es como hablar con una pared. No importa cuánta lógica o verdad presentes, retorcerán, desviarán o descartarán tus palabras, no porque estés equivocado, sino porque no están dispuestos a ver otro lado.
La madurez no se trata de quién gana una discusión, sino de saber cuando una discusión no vale la pena tener. Es darse cuenta de que tu paz es más valiosa que demostrarle un punto a alguien que ya ha decidido que no va a cambiar de opinión. No todas las batallas necesitan ser peleadas. No toda persona merece tu explicación.
A veces, lo más fuerte que puedes hacer es alejarte, no porque no tengas nada que decir, sino porque reconoces que algunas personas no están listas para escuchar. Y esa no es tu carga para llevar.
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